jueves, 2 de julio de 2009

Apagá la tele que da miedo

Crónica TV le pega un cartelito en rojo a la pantalla informando casi como un cuentaganado el número de muertos que se va cargando día a día la gripe A. Ya sea que cubran un accidente, un recital de Luis Aguilé o una entrevista a un freak, siempre está ahí ese numerito que nos llena de miedo. Cuando fue el accidente del Airbus en el sitio de Clarín una encuesta preguntaba: "después de esto, ¿va a seguir viajando en avion?". Pareciera ser una especie de reflejo pavloviano que ante lo que sea lo que hay que generar entre la audiencia es pavura. A ningún medio se le ocurre pegar un cartelito perenne con los cuidados básicos, o los lugares de atención. No, loco, mejor viví aterrado. ¿Será una reacción ya instalada después del tratamiento del tema inseguridad? Lo cierto es que la insistencia en el riesgo generalizado era parte del negocio de vender seguridad, pero salvo como efecto residual, hoy el negocio no está en el centro del asunto, pero parece haber dejado un patrón de conducta. Lo que habría que preguntarse es si este patrón se debe a que por su propia dinámica los medios no pueden (no quieren) pararse a pensar y ver qué se puede hacer o porque hay algo en ellos que los lleva a fomentar las reacciones más primarias: ni loco salga de caso a ver si se enferma, ni en pedo se suba a un avión, mire para todos lados si no quiere que lo violen, afanen o secuestren. ¿O será que los tipos de los medios son así de primarios y paranoicos? ¿Cuál es el placer del paranoico? ¿Contagiar a los demás? ¿Tener razón? ¿Saldrían a la calle a cantar "que se mueran todos, que no quede ni uno solo", con tal de que se cumplan sus malos augurios?

Internet., un invento político

Síndrome postelectoral casi unánime en opositores y oficialistas (si es que va quedando alguno): hay que leer el mensaje del pueblo (o de las urnas, o del electorado, o de la gente). ¿Cuál se supone qué es el mensaje de la gente? Unos hablan de soberbia kirchnerista, otros de temas no atendidos (salud, seguridad), otros de fallida estrategia electoral (candidaturas testimoniales), otros de desgaste propio de un gobierno que ya lleva seis años en el poder. La propia variedad de las respuestas que podrían darse muestran que es imposible saberlo. Ese es el problema de la democracia electoral. Se interpreta un voto al que es imposible acompañar de palabras. Entonces las cantidades (números de votos) se traducen en cualidades (intenciones, mensajes). Seguramente ya alguien dijo esto, pero se me ocurre que la proliferación al infinito de zonas de circulación de mensajes por Internet, desde los blogs y los foros hasta Facebook tienen que ver con eso. Uno hasta se tentaría de pensar que Internet es una invención más ideológica que técnica: hay una necesidad de hacer circular mensajes que son imposibles en este modelo democrático, para lo cual hay que inventar un dispositivo no jerárquico, caótico, pero en estado de circulación, recreación, respuesta y acumulación permanente. Los medios, que necesitan obligatoria y comercialmente una teoría de jerarquía de los discursos, insisten en adjudicar una significación al silencio de los votantes.