El culo está de moda. Puede que sea cosa del verano, pero también llega del frío este supuesto furor por la zona más estudiada de la espalda. Fueron casi 8 los puntos de rating que obtuvo en la televisión francesa la emisión a fines del 2009 del documental La face cachée des fesses (El rostro oculto de las nalgas), de los periodistas Carolina Ponchon y Allan Rothschild. Esa cifra, sumada a la aparición en París de Moon un libro con 200 fotos de culos seleccionadas por Mallot y Gueritoty que fue un éxito de librerías, dio para hipótesis nacionalistas. El diario catalán La Vanguardia publicó bajo el título de “La fascinación francesa por el culo” un artículo que da cuenta de ambos fenómenos. Una presentación que presupone que esa fascinación es una exclusividad francesa, como el foie gras o el estructuralismo. Se podría, si valiera la pena, discutir largamente esa afirmación. Que, por otra parte, está rubricada por la estructura del documental –que puede verse en Internet- que, como suele pasar en todas las televisiones del mundo, hace de cuenta que no hay realidades fuera de las fronteras y se limita a ejemplos franceses con muy escasas excepciones.Pero, aún tratándose de una cuestión realmente interesante, la discusión por la mejor patria del culo parece un tanto vana. Luego de aclarar que el programa sí es francés en esa especie de erotismo algo despojado y distante que hace que se interrogue con la misma pasión el tema de la posguerra, la métrica de Boileau o el destino del neoliberalismo que es una marca casi de fábrica del pensamiento galo, cabría decir que en su poco más de cincuenta minutos de duración muestra y demuestra algunas cuestiones interesantes que incluso sirven para pensar el lugar que ocupan las posaderas en los diversos devaneos locales.
La escena se repite en todo programa de verano de la tele. Entrevista a un comicastro, que se ha acercado hasta la playa tratando de que lo reconozca algún periodista y conseguir así una nota. Ni lo que se dice ni los rostros de entrevistador y entrevistado le interesan a nadie. Entonces, la cámara se solaza mostrando muchachas tendidas en una lona, siempre de espaldas y restringiendo el ángulo desde un poco más arriba de la cintura y sin llegar nunca hasta el comienzo de las rodillas. Allí están esos culitos playeros, desentendidos de la atención que se les presta, tratando de cubrir el rubro “imagen sensual del verano”.
No es más que poner bajo el sol lo mismo que ocurre durante el invierno en estudios. Tratar de que los culos, esta vez pertenecientes a caras casi tan famosas como ellos, levanten rátings decadentes. El culo es, entre otras cosas, el Viagra de la televisión. Además se los somete a un escudriñamiento que Lanata ha descrito alguna vez con acierto como “la mirada del proctólogo”. El resultado, durante cualquier estación del año, es la muerte de la sensualidad. Una parte importante de nuestra cultura popular –o populista- no sabe qué hacer con el deseo y en eso el culo es a la vez beneficiario y víctima. Beneficiario, porque ha ganado hace tiempo la batalla contra el otro rasgo sexual secundario –Freud dixit- que son las tetas.
La fábula de las oleadas de deseo adolescente que despertaban los baños eternos de la Coca Sarli en las matinées de barrio ha dado paso a tapas de revista que repiten la misma imagen hasta el hartazgo. Las chicas sacan el culo hacia fuera, giran el rostro a cámara y dejan adivinar la sombra de un pezón. La parte de atrás ocupa ahora el primer plano. Algo que ya ponían en evidencia las películas filmadas por Olmedo y Porcel durante la dictadura, como Expertos en pinchazos o A los cirujanos se les va la mano, en las que todo el esfuerzo de los dos cómicos era conseguir ponerle una inyección a una chica, llegando en algún caso incluso al enema cuando no al supositorio. Algo similar ocurre en el territorio de la cumbia: el culo filmado desde abajo en los programas tropicales, y la cola casi como único lugar femenino de atención y penetraciónde la cumbia villera.
Pero el culo también ha devenido en la no muy agraciada figura principal de un erotismo de cotillón que cree en la segmentación de las partes. Al no asociar las nalgas con el resto del cuerpo se establece un canon estético dominante que está gobernado por los criterios de los cirujanos plásticos: elasticidad, dureza, armonía y destino de escoliosis. Lo muestra el documental francés y lo refrenda con mejores palabras una frase de Balzac en su Tratado de la vida elegante: “Al caminar las mujeres pueden mostrarlo todo sin dejar que se vea nada”. El culo no tiene destino de foto fija, lo dice de otra manera una antropóloga entrevistada por los periodistas francesas: las nalgas están asociadas con la marcha, con el desplazarse. La sensualidad está en las chicas que se no están quietas, que bailan. La dicha en movimiento.
Este es una de las razones por las cuales la erótica norteamericana ha descubierto tarde y mal los encantos del culo. Por de pronto, y seguramente por razones religiosas que no lo asocian con brujerías, demonios y otras cuestiones diabólicas, lo han vivido como una zona del cuerpo inofensiva y poco digna de apreciarse. Por un lado, baste pensar en esa costumbre de mostrarlo por las ventanillas de los autos en la carretera. O sino en el efecto infantilizante de colocarle un pompón en la cola a las chicas de Playboy cuyo mayor capital fueron por años las tetas. Pasó una eternidad hasta que el modelo Jane Mansfield fuera reemplazado por Beyoncé. Algo de lo negro pesa aquí. Lo infantil tiene su correlato en el spanking –nuestros chirlos en la cola- y que ha derivado en las violencias casi indecibles del sadomasoquismo. A esos usos del culo, han agregado toda la parafernalia escatológica, con lo cual lo que se muestra es una cloaca y no un sitio erotizado. Baste ver un engendro como Mi amiga Polly –protagonizada por Ben Stiller y Jennifer Anniston, que es plaga en las noches de cable- para constatar todas estas presencias: Stiller sufre de diarrea y se le tapa el inodoro en un restaurante durante su primera cita, trata de conquistar a su chica con palmaditas en el trasero y ella se enoja. El culo es motivo de escarnio, como demuestran las “hazañas” dolorosas de la serie Jackass, que lo tienen como lugar privilegiado de martirologio.
Algo lógico en una cultura que no tolera el misterio, la falta de explicaciones. El culo tiene sus secretos, como planteaba Marlon Brando en la famosa escena de la manteca junto a Maria Schneider en El último tango en París. Si no, es difícil de explicar que, tal como sucede durante la hora del documental francés, en un paseo por la playa, o tomando una cerveza en la calle nunca nos cansemos de mirar culos, que supuestamente son todos tan parecidos entre sí. Es que todos tenemos la utopía de encontrar el definitivo culito de culto en esa parte carnosa, que sobresale de la línea de cuerpo, que redondea aquello que amenazaba con ser inevitablemente recto. Puedo afirmarlo, ese culito existe.
miércoles, 10 de febrero de 2010
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