martes, 30 de noviembre de 2010
marxismo y progresismo
Berger siempre escribió libros extraños, ya desde G.
, su primera novela conocida en castellano, en la que las cronologías eran sometidas a una distorsión que permitía echar una luz diferente sobre la historia de un descendiente de Garibaldi. Su anteúltimo texto de ficción, sin renunciar a intentar caminos a contramano, mostraba cierta resignación ante lo que vivía como una imposibilidad de construir mundos nuevos.
King , una historia de la calle, escrita en 1999, narra las peripecias de un grupo de homeless desde la perspectiva de un perro, en cuya mirada sobre ellos no había mucho más que piedad. También entonces trató de borrar la idea de autor; su nombre no aparece en la tapa junto al título de la novela. Como sea, se trata de un texto anodino que no puede evitar caer en la fábula, que por momentos resulta demasiado bienpensante y en la que el mundo de los marginales exhibe una sensibilidad de la que carecería el resto de la sociedad. Demasiado lugar común en alguien poco dispuesto a dejarse fascinar por lo evidente.
De alguien tan talentoso como Berger podría esperarse algo mejor que esa condescendencia con el universo de los pobres. Algo de eso persiste en su siguiente novela, aparecida el año pasado en la Argentina, De A para X .
Una historia en cartas . En un momento se lee: “Se tortura a las palabras hasta que ceden y se rinden a sus polos opuestos: cuando vuelven a sus celdas, Democracia, Libertad y Progreso son incoherentes. Y hay otras palabras, Imperialismo, Capitalismo y Esclavitud que tienen negada la entrada, que son rechazadas en todos los puestos fronterizos, y cuya documentación, confiscada, es entregada a ciertos impostores, como Globalización, Mercado Libre y Orden Natural.
Solución: el lenguaje nocturno de los pobres. Con éste se pueden contar y defender algunas verdades.” La lista es reveladora. Ciertas categorías sociopolíticas han sido reemplazadas por lenguajes entre sociológicos y periodísticos, cuando no directamente publicitarios: Globalización, Mercado Libre… ¿En qué universo lingüístico-político moverse, entonces? Pregunta casi imprescindible para un escritor que, además, ha hecho profesión de fe marxista. Al leer los últimos textos de Berger y considerar sus elecciones políticas, la cuestión se complica aún más. Ha intercambiado cartas con el subcomandante Marcos –tal como se cuenta pormenorizadamente en Fotocopias –, a quien alude de manera indirecta en su última novela, y donde, además, elogia explícitamente a Evo Morales y a Hugo Chávez.
“El marxismo es un ideal que ha sido traicionado en tantas ocasiones. Pero eso no implica que el marxismo esté superado. Al contrario: creo que, en efecto, aún puede aportar muchas y muy buenas soluciones a los problemas actuales”, respondió Berger en un reportaje que le hicieron en 1999. Una constatación compartida por no pocos intelectuales: las concreciones políticas que había imaginado el marxismo se habían derrumbado y éste dejaba de ser una praxis para convertirse en una herramienta de análisis.
La necesidad de recuperar la praxis estético-política lleva a Berger por un camino que eligieron muchos: el reemplazo de la ortodoxia marxista –aún en su multiplicidad de versiones– por una posición en el mundo más laxa, que podríamos llamar progresismo.
La opción permite seguir en la lucha a la vez que elige como aliados posibles muchas expresiones y realidades políticas que el marxismo de ayer hubiera cuestionado o directamente execrado. Desde la perspectiva de los grupos izquierdistas de los setenta, alguien como Chávez sería un bonapartista; hoy marca rumbos posibles al socialismo. Lo que antes era una táctica –las alianzas de corto plazo– pasó a ser estrategia, la de insertarse en un campo político-cultural indefinido sobre cuyo futuro se sabe poco aunque se está allí cerca con la esperanza (o el temor) de no perder la brújula que hoy permite suponer que se va en el buen camino.
También ciertas categorías estrictas del marxismo, como la de clase social, fueron cambiadas por perspectivas más difusas: la marginalidad, los sectores del trabajo, los pobres, grupos que, por definición, no pueden formular o sostener un proyecto político propio –como ocurría, al menos desde la teoría, con la burguesía y el proletariado.
Sectores que no estarían en condiciones concretas de ponerse a la cabeza de las reivindicaciones del resto de la sociedad.
En algunos casos, ese tono impreciso implica alguna forma de resignación. El tema Años , de Pablo Milanés –autor de las letras más directas de los integrantes de la Trova Cubana– es emblemático en ese sentido, cuando reza “A todo dices que sí, a nada digo que no, para poder construir la tremenda armonía que pone viejos los corazones.” Se podrá argumentar que la canción habla del amor. No es tan seguro. En todo caso está construida sobre los opuestos lucha-resignación.
De eso se ocupó Berger alguna vez, cuando la revolución pasaba a ser un sueño eterno. Dice en “Los dos Colmar” –el ensayo incluido en su recopilación Mirar – frente a un cuadro que ha contemplado por primera vez cuando estaba habitado por la esperanza de un mundo mejor. Diez años después, escribe: “En un período de esperanza revolucionaria, vi una obra de arte que había sobrevivido y era una prueba de la desesperación del pasado; en una época que ha de ser sobrellevada como se pueda, veo que la misma obra nos ofrece un paso a través de la desesperación”.
En su última novela, aunque la lucidez no sea constante (tal vez porque hoy es un estado del ánimo que resulta prácticamente insoportable), Berger construye un texto desesperado que nunca se deja desesperar. No es un juego de palabras. La trama da una pista. Son las cartas de una mujer a su pareja que está condenado a cadena perpetua y al que no puede visitar pues no están legalmente casados. Son como viñetas siempre plácidas y nunca conformistas que tratan, sin la menor ingenuidad ni sentimentalismos, de dibujarle al hombre en la cárcel el devenir de un mundo que para él ha quedado detenido. La realidad que arman las cartas –que no están en orden cronológico, del que seguramente también carece la experiencia de un preso– tiene la forma de ese rompecabezas que para armarse ya no dispone del manual de instrucciones del marxismo. Y las piezas se encajan como se puede y casi nunca en el lugar previsto.
Tenemos expresiones locales de este dilema en que se mueve Berger pero da la impresión de que han entregado el fervor de la desesperación a cambio de la tranquilidad provisoria de la esperanza. De allí a la resignación del pensamiento hay sólo un paso que se ha dado en más de un caso. Cambiar el marxismo por el progresismo es una alternativa que no puede elegirse sin admitir una cuota importante de desconcierto. Como dice Berger al final de su libro: “En la precariedad reside nuestra fuerza”. La certeza, hoy tan frecuente en nuestros nuevos progresistas, es la forma más fácil y menos promisoria de la debilidad.
viernes, 27 de agosto de 2010
test para gente casada o algo así
Ya se ha hablado cuánto ha cambiado el matrimonio en estos últimos años, después de la Caída del Muro. Todo lo que pasa hoy es porque el Muro se cayó, incluso su vida matrimonial, amiga. Y usted mira a su alrededor, y ve a su marido, y sigue mirando y ve a los maridos de sus amigas. Ya lo decía Marx antes de que se cayera el Muro, incluso antes de que se construyera: “Todos los hombres son iguales”. Y su vida como esposa, alma bella, es descubrir o inventar que su marido es un poco menos parecido a los demás, de ser posible para mejor. Pero desde que existe Cosmopolitan, los canales femeninos, la liberación femenina, la vuelta a la feminidad, la nouvelle cuisine y el regreso a las recetas de la abuela, la medicina alopática, homeopática, holística, la terapia psicoanalítica, la sistémica, la de almas transmigradas, la del huevo en el vaso, desde que hay que hacer el pan en casa, desde la mejor gimnasia dejó de ser el step y ahora es la pilates, no hay mujer en el mundo que sepa qué diablos será hoy ser una buena esposa. Un grupo del departamento de Dammed Wives del Departamento de Satisfacción Garantizada Llame Ya de la Universidad de Ohio preparó un test (que se publica hoy de manera exclusiva para nuestras lectoras) que contiene ocho preguntas que usted debe contestar sin hacerse la zoncita y saber finalmente si ese pedazo de carne (algo machucada) con la que decidió convivir está a su altura.
1) Su marido fue atacado por una patota gay y brutalmente violado. Su primera reacción es:
a) Conseguirle el teléfono de Roberto Piazza.
b) Comprarle un pijama rosa.
c) Preguntarle con cara ingenua: ¿No serás puto vos, Joaquín?
d) Ser más fogosa que nunca en la cama.
2) Su marido invita a su jefe a cenar. De esa cena depende su ascenso. Usted se comporta de la siguiente manera:
a) Se queja de cuánto tarda en llegar la moto de la pizzería de la esquina. Y aclara “es la más barata”.
b) Recibe a los invitados en bikini, aunque haga 5 grados de sensación térmica.
c) Los hace entrar con la cartera en la mano y les dice: “No me puedo quedar. Este (y señala a su marido) nunca se acuerda que los jueves tengo grupo con las chicas del colegio.”
d) Hace un trabajo de inteligencia y descubre cuál es el plato favorito del jefe. Se pasa toda la tarde cocinando lo que no le impide estar espléndida y divertida durante toda la cena.
3) Se entera que su hija adolescente está embarazada. Lo habla con su esposo y le dice:
a) “Con el ejemplo que le da tu familia, lo único que me extraña es que no haya pasado antes”.
b) “Vas a tener que matar al novio”
c) “Lo menos que espero que hagas es que lo reconozcas”
d) “Viejo, son cosas que pasan. Vos sabés cómo hacer sentir mejor a tu hija para que elija el camino que mejor le conviene”.
4) Su marido se queda sin trabajo, después de veinte años en la empresa. Usted agarra la parte de clasificados del diario:
a) Le marca los geriátricos y le dice: “Fijate si encontrás uno cerca de casa, a si no gasto mucho en viaje cuando te tenga que visitar”.
b) Le avisa que hace dos meses que revisa y que no hay empleo para gente grande como él.
c) Marca el rubro 59: “Esto me va a servir para reemplazarte porque sos un inútil. Para traer plata y en la cama.”
d) Lo acompaña a las entrevistas laborales, le da consejos, lo consuela si le va mal y lo alienta: “No saben lo que se pierden”.
5) Su marido tiene el hobby de coleccionar estampillas. Su reacción es:
a) Las usa como confeti en el corso de Carnaval.
b) Se las da al nene con una caja de marcadores y le enseña a hacerle bigotes y barba a los próceres.
c) Cuando su marido está haciendo un asado y le pide diarios para encender el fuego, usted guarda la colección entre las hojas.
d) Le regala una suscripción a Filately Review, le lustra las pinzas y le compra un banquito para que se lleve los domingos a Parque Rivadavia a canjear sus estampillas con otros filatelistas.
6) Le avisan que su suegra viene a pasar unos días en su casa.
a) Consigue pulgas y siembra el colchón del cuarto de huéspedes con los bichos.
b) Le reserva un cuarto en un hotel de un octavo de estrella que queda en la otra punta de la ciudad.
c) Duerme con cloroformo a su marido, lo envuelve con papel celofán y cuando llega su suegra le dice: “Doña Leonor, le devuelvo el regalo que me hizo por mi casamiento. Se ve que vino fallado de fábrica”.
d) Hace limpieza general en toda la casa, le pide las recetas que le gustan a su marido, impulsa a que sus hijos se ocupen de su abuela y no se le borra la sonrisa de la cara.
7) Su marido decide que ya es hora de que tengan un perro en la casa. Frente a la presencia del animal, usted:
a) Lo patea delante de todo el mundo. Impone que se lo llame “Escoria”.
b) Trae un perro más grande y lo incita a que ataque al que trajo su marido.
c) Saca el bozal y la correa, mira a su marido y dice: “No sé a cuál de los dos le queda mejor”.
d) Llega antes del trabajo para sacar a pasear el perro, se compra una resma de guantes de plástico, le consigue una buena guardería cuando se van de vacaciones y se ocupa de repartir los cachorritos entre sus amigas cuando tiene cría.
8) Su marido llega con la sorpresa de unas vacaciones a solas sin los chicos.
a) Le recuerda que en esa zona llueve todo el tiempo en esa época del año y que no van a terminar llevándose bien todo el día metidos en casa o en el hotel.
b) Le dice que ni loca, ahora que en su trabajo empieza el momento de hacer el inventario, algo que estuvo esperando todos los meses del año.
c) Prepara las valijas para usted sola y le informa que se va al lugar con el personal trainer porque “lo puedo llevar a la playa sin que lo quieran salvar los de Greenpeace”.
d) Salta de alegría, se hace una depilación con cavado incluido, le compra una guayabera a él y lleva el Kamasutra en la valija para ensayar nuevas posiciones.
Bueno, amiga, aquí hemos llegado. Si la mayoría de las respuestas fueron a) usted quiere salvar su matrimonio, pero no sabe cómo. Controle esa tendencia al desaliento. B) Usted está en ese preocupante período en que cualquier cosa le importa más que su marido. Esmérese, la indiferencia mueve montañas. C) Usted ya odia a su marido, pero eso es bueno, porque todos sabemos que nada resulta más creativo que el rencor. Pruebe por el lado del arte, no gaste su inquina con ese mequetrefe. D) Tendríamos en cuenta sus respuestas, pero hay un problema: Usted no existe.
miércoles, 10 de febrero de 2010
el fuego que se alimenta
erotismo de cotillón (en la eñe)
La escena se repite en todo programa de verano de la tele. Entrevista a un comicastro, que se ha acercado hasta la playa tratando de que lo reconozca algún periodista y conseguir así una nota. Ni lo que se dice ni los rostros de entrevistador y entrevistado le interesan a nadie. Entonces, la cámara se solaza mostrando muchachas tendidas en una lona, siempre de espaldas y restringiendo el ángulo desde un poco más arriba de la cintura y sin llegar nunca hasta el comienzo de las rodillas. Allí están esos culitos playeros, desentendidos de la atención que se les presta, tratando de cubrir el rubro “imagen sensual del verano”.
No es más que poner bajo el sol lo mismo que ocurre durante el invierno en estudios. Tratar de que los culos, esta vez pertenecientes a caras casi tan famosas como ellos, levanten rátings decadentes. El culo es, entre otras cosas, el Viagra de la televisión. Además se los somete a un escudriñamiento que Lanata ha descrito alguna vez con acierto como “la mirada del proctólogo”. El resultado, durante cualquier estación del año, es la muerte de la sensualidad. Una parte importante de nuestra cultura popular –o populista- no sabe qué hacer con el deseo y en eso el culo es a la vez beneficiario y víctima. Beneficiario, porque ha ganado hace tiempo la batalla contra el otro rasgo sexual secundario –Freud dixit- que son las tetas.
La fábula de las oleadas de deseo adolescente que despertaban los baños eternos de la Coca Sarli en las matinées de barrio ha dado paso a tapas de revista que repiten la misma imagen hasta el hartazgo. Las chicas sacan el culo hacia fuera, giran el rostro a cámara y dejan adivinar la sombra de un pezón. La parte de atrás ocupa ahora el primer plano. Algo que ya ponían en evidencia las películas filmadas por Olmedo y Porcel durante la dictadura, como Expertos en pinchazos o A los cirujanos se les va la mano, en las que todo el esfuerzo de los dos cómicos era conseguir ponerle una inyección a una chica, llegando en algún caso incluso al enema cuando no al supositorio. Algo similar ocurre en el territorio de la cumbia: el culo filmado desde abajo en los programas tropicales, y la cola casi como único lugar femenino de atención y penetraciónde la cumbia villera.
Pero el culo también ha devenido en la no muy agraciada figura principal de un erotismo de cotillón que cree en la segmentación de las partes. Al no asociar las nalgas con el resto del cuerpo se establece un canon estético dominante que está gobernado por los criterios de los cirujanos plásticos: elasticidad, dureza, armonía y destino de escoliosis. Lo muestra el documental francés y lo refrenda con mejores palabras una frase de Balzac en su Tratado de la vida elegante: “Al caminar las mujeres pueden mostrarlo todo sin dejar que se vea nada”. El culo no tiene destino de foto fija, lo dice de otra manera una antropóloga entrevistada por los periodistas francesas: las nalgas están asociadas con la marcha, con el desplazarse. La sensualidad está en las chicas que se no están quietas, que bailan. La dicha en movimiento.
Este es una de las razones por las cuales la erótica norteamericana ha descubierto tarde y mal los encantos del culo. Por de pronto, y seguramente por razones religiosas que no lo asocian con brujerías, demonios y otras cuestiones diabólicas, lo han vivido como una zona del cuerpo inofensiva y poco digna de apreciarse. Por un lado, baste pensar en esa costumbre de mostrarlo por las ventanillas de los autos en la carretera. O sino en el efecto infantilizante de colocarle un pompón en la cola a las chicas de Playboy cuyo mayor capital fueron por años las tetas. Pasó una eternidad hasta que el modelo Jane Mansfield fuera reemplazado por Beyoncé. Algo de lo negro pesa aquí. Lo infantil tiene su correlato en el spanking –nuestros chirlos en la cola- y que ha derivado en las violencias casi indecibles del sadomasoquismo. A esos usos del culo, han agregado toda la parafernalia escatológica, con lo cual lo que se muestra es una cloaca y no un sitio erotizado. Baste ver un engendro como Mi amiga Polly –protagonizada por Ben Stiller y Jennifer Anniston, que es plaga en las noches de cable- para constatar todas estas presencias: Stiller sufre de diarrea y se le tapa el inodoro en un restaurante durante su primera cita, trata de conquistar a su chica con palmaditas en el trasero y ella se enoja. El culo es motivo de escarnio, como demuestran las “hazañas” dolorosas de la serie Jackass, que lo tienen como lugar privilegiado de martirologio.
Algo lógico en una cultura que no tolera el misterio, la falta de explicaciones. El culo tiene sus secretos, como planteaba Marlon Brando en la famosa escena de la manteca junto a Maria Schneider en El último tango en París. Si no, es difícil de explicar que, tal como sucede durante la hora del documental francés, en un paseo por la playa, o tomando una cerveza en la calle nunca nos cansemos de mirar culos, que supuestamente son todos tan parecidos entre sí. Es que todos tenemos la utopía de encontrar el definitivo culito de culto en esa parte carnosa, que sobresale de la línea de cuerpo, que redondea aquello que amenazaba con ser inevitablemente recto. Puedo afirmarlo, ese culito existe.
jueves, 2 de julio de 2009
Apagá la tele que da miedo
Internet., un invento político
lunes, 27 de octubre de 2008
sobre bernhard
“Durante la vigencia de los derechos de autor legales, no deberá representarse, imprimirse ni presentarse siquiera dentro de las fronteras del Estado austríaco, cualquiera que sea el nombre que éste lleve, nada de lo por mí escrito en cualquier forma: ni de lo por mí publicado en vida, ni de lo que exista en mi legado, en cualquier parte, después de mi muerte”.
Estas terminantes decisiones se leen en el testamento de Thomas Bernhard, modificado por él dos días antes de morir. Es más, se hizo llevar, ayudado por una batería de calmantes, hasta el estudio legal donde dejó estas y otras instrucciones en el mismo sentido, que incluyen su deseo de que el Estado austríaco nada tenga que ver con ningún aspecto de su herencia. Si, como plantea un personaje de El último encuentro de Sandor Marai, la muerte es la única respuesta válida, estas palabras lapidarias son la posición definitiva de un escritor que odió su patria al punto de no poder abandonarla y de dedicarle a sus miserias una parte importante de sus últimas producciones.
Valga apuntar que entre Bernhard (para quien la muerte es aquello de lo que siempre se habla, aunque parezca que se habla de otra cosa) y Marai hay un vínculo secreto: el formar parte de territorios separados que alguna vez fueron parte del Imperio Astrohúngaro, cuyo esplendor cantan los valses de Johann Strauss y cuya decadencia relatan Musil y Joseph Roth. Mientras el húngaro escribe desde la nostalgia de la unidad, en Bernhard todo a su alrededor es ruinas sobre ruinas.
CONTRA LA PATRIA
O al menos Austria arrastra, en su visión un pecado de origen que empieza a relatarse en la zona de la autobiografía de Bernhard, como cuando propone, en El origen, una identidad entre lo católico y la presencia nazi: “En el lugar del pupitre del conferencista detrás del cual estaba Grünkranz antes de la guerra y nos había instruido en las grandes doctrinas de la Gran Alemania, estaba en el presente el altar. En el emplazamiento del retrato de Hitler en el muro, estaba ahora colgada una gran cruz y en el lugar del piano donde Grünkranz acompañaba nuestros cantos nacional-socialistas, había un armonio.”
La idea de que catolicismo y nazismo son intercambiables tiene un efecto doble: detiene el tiempo y convierte a la esencia austríaca en algo irreparable. El ser nacional austríaco, si puede decírselo así, está marcado por un pasado y una ideología de donde no podrá salir nunca.
Esta conclusión de Bernhard requiere de dos precisiones. Una es histórica. La posguerra en Austria, el escenario en que empieza a escribir sus primeros textos, mantiene una fachada que pretende tapar las relaciones con el nazismo del pasado.
En resumen, si bien luego del final de la Segunda Guerra, Austria se presentó como “país víctima” del nazismo, lo cierto es que el proceso no fue tan simple ni unívoco. Entre los años 1934 y 1938 –antes de la anexión por parte de Alemania, Austria fue gobernada por el partido Vaterländische Front (Frente Patriótico), un proceso que algunos historiadores nombran como austrofascismo, que consistió, entre otras medidas en reemplazar la constitución y el parlamento por un régimen centralizado y autoritario. El 13 de marzo de 1938 se produce la anexión de Austria por Alemania, conocida como la Anschluss. Dos años antes, el canciller austríaco había pronunciado un discurso en el que reconocía a su país como un estado alemán más. Y la anexión de Austria por el Tercer Reich es celebrada por una multitudinaria manifestación reunida, no tan casualmente, en Heldenplatz, la plaza de los héroes y lugar público emblemático de la política austríaca.
A ese pasado austríaco entre la gloria perdida, la claudicación y el engaño, se suma un manejo estatal de la cultura en el que no parece haber sitio para lo literario. Según el historiador Dieter Hornig, en su artículo “La décima identidad. Algunas notas sobre la producción literaria en Austria”, “la casi totalidad del presupuesto de cultura es absorbida por los teatros nacionales”. A esto se suma la escasa calidad del periodismo austríaco –algo que se menciona en Heidenplatz- y las terribles estadísticas que muestran que en Austria se lee bastante menos que en el resto de los países europeos. Se sobreimprime a esta situación una legislación sobre derechos de autor desastrosa para los escritores, lo que hace que el ejercicio de la literatura sólo sea posible gracias a los magros subsidios estatales. Esto trae, entre otras consecuencias, que las producciones de los escritores austríacos circulen con más asiduidad entre el público alemán que el del propio país. Cerrando el círculo, los propios autores mantienen respecto de su país una actitud que oscila entre la tristeza o el desprecio, como en el caso de Peter Handke, que así define a su patria: “La grasa que me ahoga: Austria”.
Claro que en el caso de Thomas Bernhard esta inquina adquiere una característica especial, en la medida en que ese martilleo y esa diatriba son rasgos constituyentes de su estilo de escritura. El efecto de leer las ficciones de Bernhard –en mucha mayor medida que su obra teatral- es toparse con un devenir despacioso del lenguaje, que circula en espiral, que se reitera –entre otros motivos, porque descree de la sinonimia- y que avanza, valga la paradoja, a fuerza de retrocesos sobre sí mismo.
ESRÉTICA DE LA DIATRIBA
En esa política del lenguaje, la diatriba es la figura retórica perfecta y Bernhard la propina a lo largo de sus textos con distintos blancos: Austria, por supuesto, la condición humana, los campesinos, la educación, las diferentes formas de gobiernos, el sistema hospitalario, las relaciones entre las personas. Blancos que se repiten en las entrevistas y que agregan a todos los protagonistas que circulan en el ambiente literario: editores, críticos, lectores y hasta colegas: una de sus últimas víctimas fue Elías Canetti, cuya autobiografía, tanto en su estilo como en la idea de relatar la historia de un hombre, de un escritor y del medio en el que creció y del que se propone dejar testimonio, está en las antípodas de lo propuesto en los cinco tomos en que relata su infancia y su juventud: El origen, El aliento, El frío, El sótano y Un niño, que se conocieron en español a lo largo de la década de 1980, en traducciones de Miguel Sáez, publicadas por Anagrama. En estos textos, Bernhard se construye como personaje a partir de la hipérbole, de la convivencia permanente con la catástrofe, de la sensación de amenaza que vive ese niño y luego joven enfermo, sujeto a los despropósitos y descuidos de sus educadores, médicos y enfermeras. No hay la menor pretensión, a diferencia de Canetti en retratar una etapa de la vida de su comunidad sino en retratar un estado de ánimo permanente, incansable y que nunca condesciende, salvo en raros pasajes, a la comprensión y a la piedad.
A partir de este estilo, las acusaciones de Bernhard a su país natal forman parte de un universo donde lo referencial no es lo más relevante. ¿Importa si estas diatribas tienen o no un fundamento verdadero? O, para formularlo de otro modo, ¿deben considerarse estas injurias como un acto de denuncia de lo que está mal en su país? Todo parecería indicar que sus compatriotas no se sintieron afectadas por ellas, mientras circularan bajo la forma de la ficción. De hecho, la única acción judicial sufrida por uno de sus textos fue de un ex amigo que se consideró desfavorablemente retratado como uno de los personajes de Tala, lo que trajo como consecuencia el secuestro de la edición. Aunque en otra de sus novelas, Helada, se califique al país de “un hotel sospechoso, el burdel de Europa”, que en Trastorno se diga que es “un inmenso anacronismo terrateniente y forestal” y que en La calera uno de los personajes sentencie que Austria es en verdad “un cementerio de ideas, un siniestro desierto de vuelos hacia las cimas, aplastados en el suelo, una sucesión de fracasos, de humillaciones, de aniquilamientos de la grandeza”.
De todos modos, hay en Bernhard una percepción (tal vez incluso un placer) en las reacciones con odio que generan estas caracterizaciones del país. Cuando habla en una extensa entrevista con Kurt Hoffman –en verdad una suma de conversaciones que tuvo lugar entre 1981 y 1988- de los habitantes de Salzburgo ( a quienes de paso describe: “Nos son más que víctimas y chantajistas eternos”), dice “la verdad es que me odian, deben odiarme como a la peste”.
Distinta fue la recepción de sus discursos y sus obras de teatro. Hay que tomar en cuenta, aunque resulte un tanto obvio decirlo, que los ámbitos de circulación de los discursos y las piezas dramáticas son públicos y, queriéndolo o no (en algunos casos, como el discurso preparado para la ocasión de recibir el premio nacional austríaco en 1967, parece haber un deseo manifiesto de provocación) Bernhard, generaron rechazos en algunas ocasiones virulentos. Por otra parte, como se verá cuando se haga un breve recorrido de estos planteos y estas reacciones, hay aquí un catálogo de acusaciones que parece difícil de tolerar para sus destinatarios. Porque en su formulación, como se verá, no hay un deseo de reformar una realidad sino simplemente de execrarla. La retahíla de insultos surge como una letanía en Heidenplatz (“La industria y la iglesia son culpables de la desgracia austríaca
la iglesia y la industria han sido siempre culpables de la desgracia austríaca los gobiernos dependen totalmente
de la industria y de la iglesia siempre ha sido así
y en Austria todo ha sido siempre de lo peor todos han corrido tras la estupidez
siempre se ha pisoteado la inteligencia. La industria y el clero mueven los hilos
de la miseria austríaca
En el fondo puedo comprender muy bien a vuestro padre
lo que me asombra es que todo el pueblo austríaco
no se haya suicidado hace tiempo
pero los austríacos en conjunto como masa
son hoy un pueblo brutal e imbécil”). Y, seguramente para un austríaco el tener que escuchar estas letanías indignadas es sentirse condenado a pertenecer a un país destinado a ser miserable por toda la eternidad.
CONTRADICCIONES DE LA INQUINA
Empecemos por el discurso de 1967: con una deliciosa destreza retórica, Bernhard se deja llevar por lo que siente son los irremediables males de su patria. Repitiendo que en realidad quiere hablar de la muerte, a la que no hay que olvidar nunca, pero aclarando que sería pretencioso decir algo acerca de la muerte, va desgranando una lista de los tópicos que no ha de tocar en su discurso: “El cuento de la bella Austria, cuando era todavía algo, o Los austríacos cuando eran todavía algo…” ; “la incapacidad catastrófica de este gobierno, todo ese enorme escándalo gubernamental en el que también metemos mano...”; “que la ciudad de Viena es las más sucia de todas las capitales, con los miembros paralizados y la cabeza podrida y los nervios destrozados”. El discurso se cerraba con una referencia burlona al uso del dinero del premio que daría Bernhard en algún lugar del extranjero. La reacción fue inmediata. Un ministro presente en la ceremonia se puso de pie y apostrofó al autor del discurso entre aplausos de la concurrencia.
En 1977, la editorial Residenz rechaza publicar un artículo de Bernhard para el volumen Austria feliz. El texto aparecerá luego en el periódico Die Zeit bajo el título “Lo que Austria no puede leer” y repite las acusaciones de siempre a su país.
Al año siguiente, cuando le otorgaron el premio de la industria austríaca, Bernhard escribió un discurso que, aunque muy atenuado, no fue leído.
Situado en ese lugar de fiscal implacable, sin embargo Bernhard se permitía ser más módico en alguna aparición mediática, como en un reportaje dado en 1986 a la periodista alemana Asta Scheib: “Amo a Austria. No puedo negarlo. Pero la construcción del gobierno y la iglesia…ese terrible asunto, no se puede sino sentir odio. Creo que todos los gobiernos y religiones que conocemos son lo mismo, bajo una dictadura o en democracia, pues los individuos son todos igualmente desagradables. Al menos si se los mira de cerca.” Si aquí el mal austríaco queda sumergido y hasta cierto punto relativizado en una desgracia universal, cuando, estando en España, habla de Austria, el tono es más sentimental y concesivo (aunque también puede leerse en estas respuestas un matiz elusivo): ¿Dónde está su patria? Mi patria está donde estoy en ese momento. De manera que siempre estoy en mi casa y siempre en mi país. Cuándo está en Austria, ¿se siente en el exilio, en un exilio intelectual? No, porque cuando estoy allí, estoy también en mi país, en mi casa. Dicen que usted ha sentido el ambiente intelectual en Francia como sofocante, ¿es realmente así? No creo, porque, si no, me hubiera ahogado ya. Y no podría sentir demasiado tiempo esa sensación sofocante.
El diálogo, si puede llamárselo así, forma parte del libro Thomas Bernhard. Un encuentro. Conversaciones con Kirsta Fleischmann y reproduce una serie de entrevistas realizadas en España y en Austria a lo largo de cuatro años. Cabe aclarar para poder situar el odio de Bernhard hacia su país y sus contradicciones, que a lo largo de su vida mantuvo una relación poco convencional con la prensa, poniendo condiciones excesivas –como no ser seguido por la cámara o no usar grabador, condiciones que se modificaban y alteraban de acuerdo a su humor, variando las versiones sobre un mismo suceso de una entrevista a otra, o burlándose de su entrevistador. Y el dato, tal vez menor, que Bernhard mantuviera por más de treinta años, sin cambiarlo, el mismo número de teléfono, lo que lo convertía en un personaje fácilmente ubicable. Tampoco dejaba de ir a los cafés, su favorito era el Bräunerhoff, pese a que de que se lo reconociera y de vez en cuando pasara por algún mal momento.
Pero todos los matices que puedan introducir sus intervenciones públicas desaparecen a la hora de las obras teatrales.
En 1982, se estrena Vor dem Ruhestand. Eine Komödie von deutscher Seele, escrita en 1979, cuyo título podría traducirse como Ante la víspera del retiro, una comedia de espíritu alemán, que se basa en la historia de un poderoso político conservador germano –Hans Filbinger-, quien, de acuerdo a lo que se descubrió en una investigación realizada en la década de 1970, había integrado un tribunal de ejecuciones en la marina durante el nazismo. A partir de este episodio, Bernhard imagina el personaje de un juez que se viste periódicamente con el uniforme nazi para celebrar privadamente cada cumpleaños de Himmler. Al trasfondo histórico se suma una relación incestuosa del juez con su hermana. En cada una de estas celebraciones, el protagonista lanza furibundas diatribas antisemitas que sostienen que los alemanes siguen siendo enemigos de los judíos y que no descansarán hasta aniquilarlos. Filbinger presentó una queja y pidió la renuncia del director del teatro de Stuttgart donde se había representado la pieza.
El contraataque de Bernhard fue furioso: escribió una breve pieza, Der deutsche Mittagstisch, (La mesa alemana), que fue estrenada en Bochum en 1981. Allí Frau y Herr Bernhard cenan y descubren que hay “nazis en la sopa”. La mujer se queja de que por distintos que sean los fideos que le pone a la sopa, siempre aparecen nazis. Pese a la brevedad del texto, la representación se prolongaba por cuatro horas y finalizaba con una espectacular escena de una manifestación con banderas austríacas.
Y luego, llegaría Heldenplatz, el mayor escándalo de la cruzada antipatriótica de Bernhard, que tuvo su escalada al final de su vida. Estrenada el 14 de octubre de 1988, se suponía que debía formar parte central de las celebraciones del centenario del Burgertheater de Viena, la sala más emblemática de la capital austríaca. Pero ese mismo año, se cumplían cincuenta años de la anexión de Austria por parte del Tercer Reich. El director Claus Peynmann le sugirió reunir ambos acontecimientos. Tras una reticencia inicial por parte de Bernhard, se decidió por una trama que remite al clima en Austria luego de la revelación de que el canciller Kurt Waldheim había sido colaboracionista de los nazis.
La prensa anticipa algunos fragmentos de la obra (“Austria no es más que un escenario donde todo está podrido). Waldheim califica a la obra de “grosero insulto al pueblo austríaco”. También en ámbitos privados se reiteran las agresiones. Bernhard es atacado más de una vez mientras camina por la calle. Pero, extrañamente cuando se produce el estreno, el éxito acompaña la obra y no hay incidentes mayores, salvo algunos silbidos y la prevención de una fuerte custodia policial al teatro. Al salir a saludar, Bernhard protagonizó su última aparición pública.
En ocasión de aquel estreno, uno de sus críticos cuestionó que Bernhard viviera de subsidios otorgados por el mismo Estado al que execraba. La respuesta es tan equilibrada como pobre y hasta cierto punto malintencionada, pues traslada a las actitudes de un sujeto (cuestionables o no) lo que merecería otra discusión, básicamente sobre el sentido o no de las diatribas bernhardianas. Podría suponerse que el trasfondo nazi que tanto lo obsesionaba tiene existencia real, aunque se discuta su verdadero alcance, pero en realidad el tema más interesante es hasta qué punto las debilidades del pasado marcan de manera ineludible el presente y dibujan el camino al futuro, se trate de una sociedad o de un individuo, aunque probablemente no fuera ésta una distinción ey le interesara demasiado.
Para Bernhard el pasado es una maldición, y es en este punto donde se anudan lo privado y lo público. Así como su cuerpo arrastra el peso de la enfermedad pulmonar que acentuará aún más el carácter mortal de su existencia humana, el pecado del nazismo deja su marca moral de la que no es posible escapar y de la que no parece haber más que escapatoria que la muerte o el suicidio que es otra de las constantes en la obra –y también en la vida- de Bernhard, a veces como destino, otras como única solución posible a esa carga que viene escrita –en el cuerpo o en la historia. “En el fondo puedo comprender muy bien a vuestro padre, lo que me asombra es que todo el pueblo austríaco no se haya suicidado hace tiempo pero los austríacos en conjunto como masa son hoy un pueblo brutal e imbécil.”, se dice en Heidenplatz.
Y poniendo otra vez a su país en esa frontera perpetua de la muerte, Bernhard concluye en Corrección: “El suicidio era en nuestro país natal algo que se daba por sentado, que no tenía nada de extraordinario y de lo cual era muy natural hablar. (…) Es un pueblo de suicidas pero hay pocos que se matan, por más que este país presente el porcentaje de suicidas más elevado del mundo, el récord más alto de suicidas.” Aquí se unen esas dimensiones que parecían tan distantes, el execrar el origen y al mismo tiempo confiar en la muerte como solución. Puede pensarse que esta sucesión de diatribas que tal vez no casualmente se acelera y se exacerba cuando se le va terminando la vida y que rubrica ese gesto tan inútil y desesperado del testamento in extremis sea la forma de hacer que la literatura y el teatro pueden acceder a la opción de poder suicidarse. Por eso, cuando detrás de las palabras sólo parece haber furia, resentimiento, odio, lo que roza todo es la muerte o su sensación más parecida, que el pasado es una enfermedad incurable.