jueves, 24 de mayo de 2007

Primera parte

Una noche con Anthony Braxton

Todo extraño, muy raro. Empecemos por el reloj de arena que coloca sobre el escenario. De entrada uno sabe que eso va a durar un tiempo determinado, aunque no se sepa cuánto. Y que dado que en realidad todo es un fluir permanente no habrá bises. La música no se queda atrás en cuanto a extrañezas. Disonancias, momentos de lirismo, se pasa de un estado a otro sin que parezca haber la menor continuidad, el trompetista cambia su instrumento a cada rato y no deja de tomar agua. A diferencia de lo que ocurre con –llamésmolo así- el free jazz, ese tocar para sí mismo, esas rupturas no producen irritación y la gente se queda aún sabiendo que eso no va a cambiar. Tampoco creo que sea una música para disfrutar, más allá de lo bien que toca Braxton y la chica de la guitarra. Hace un par de semanas, en una mesa sobre Sarmiento en la Feria del Libro y mientras me aburría (a veces aburrirme me inspira) pensaba en la pregunta obvia que se le hacía a la mesa: “¿Hay que leer Facundo en el secundario?” Otro se hizo cargo de la pregunta, por suerte, y pensé entonces que hemos perdido la capacidad de encontrar placer en lo que no entendemos del todo, ¿por qué no entonces animarse a Facundo con quince años, aunque no entendamos casi nada? ¿Sólo hay placer cuando se cree entender? Lo de Braxton fue eso. Había cierto placer en estar allí sin saber del todo que estábamos oyendo. Y por suerte no me tocó hacer la reseña y no tengo que explicar nada. Pero volvamos a este mundo donde todo se explica, o donde se cree que las palabras tienen el poder de explicarlo todo. Por ahí pasa tal vez alguna respuesta por el rechazo a la música instrumental. Desde el jazz a la música clásica (hoy tienen más lugar los tenores y la ópera que una sinfonía para no hablar de la música de cámara). Ni siquiera subsisten esas porquerías como Percy Faith o Fausto Pappeti. Hay que decir algo, sea lo que sea, aunque sea aserejé o sino absurdidades como “las caderas no mienten”. Propuse en Ñ una columna que sea llamara “postulados de la cadera falluta”, pero no me tomaron en serio. Pero hablando humorísticamente en serio, cómo sabés que esa caderita no te está mandando fruta…

¿Continuará?

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