En la foto del booklet están los tres tan quietos y distraídos como si no se dieran cuenta de que alguien los está retratando. Y ninguno de los tres –de izquierda a derecha Thelonius Monk, su esposa Nellie y John Coltrane- mira en dirección al mismo lugar. En realidad, salvo la dama Monk que parece hallarse allí para que la imagen termine por resultar equilibrada, los otros dos están pensando en otra cosa. Monk en las formas definitivas de su música, el saxofonista en qué sacará allí para su futuro. Ha habido muchos encuentros cumbre en la historia del jazz –incluso algunos imaginados como estrategia comercial- pero es difícil encontrar alguno tan intenso y tan destinado a separar caminos como el de los nueve meses del año 1957 en que Coltrane formó parte del cuarteto de Monk. El resultado fue un disco en estudio y otro grabado en el boliche Five Spots y al que las deficiencias del sonido convierten en prácticamente inaudible. O al menos eso se suponía hasta que el investigador Larry Appelbaum se topó con una serie de masters sin clasificar en la Biblioteca del Congreso en uno de los cuales se hallaba registrada la presentación del cuarteto en el Carnegie Hall de New York. Y en un tiempo de abuso de bonus tracks y tomas alternativas, el valor de la hora y algo que recoge el CD muestra algo nuevo y diferente ocurrido hace unos cincuenta años. Tan nuevo que ni siquiera pudo transformarse en leyenda de un hecho sucedido y del que sólo quedarían recuerdos y rastros borrosos. Eran tiempos de revoluciones en la música y en la política. En poco menos de diez años de existencia, el bebop no había agotado nada de su fuerza, pero ya empezaban a aparecer nuevas zonas de experimentación como la que comandaba Miles Davis. El movimiento por los derechos civiles de los negros iba ganando espacio pero también mostrando facetas más radicales como desarrollaban las Panteras de Malcolm X. A la vez, se iban estableciendo las bases para lo que se llamó en la década siguiente el retorno a África al que Monk y Coltrane darían respuestas diferentes. Para el pianista, ya el nombre Thelonius era lo suficientemente extravagante como para buscar un apelativo de origen africano, según declaró alguna vez, mientras que para Coltrane la indagación se limitaría a lo musical pero sería de una intensidad que lo llevaría a la desesperación. Tampoco coincidieron en las respuestas políticas. Coltrane compuso una serie de temas vinculados con la situación de los negros –entre los más acojonantes se hallan Alabama (usado por Spike Lee para su biografía de Malcolm X) y Lonnie´s Lament- , pero Monk nunca pareció prestarle demasiada atención al asunto.
Y la diferencia final tiene que ver con su posición de artistas: si Monk es Picasso, el hombre al que las cosas se le presentan y que arma todo su universo a partir de una cantidad de recursos limitados –tan pocos que muchos se equivocan y lo consideran como un pianista de técnica cuestionable-, Coltrane tiene parecidos con Rodin, aquel que sólo encuentra inspiración cuando lucha contra su material, cuando la piedra o las notas se le resisten. Son célebres sus esfuerzos por arrancarle más acordes a su instrumento, las pruebas con el saxo soprano, la forma en que limaba las lengüetas para obtener sonidos inesperados.
Pese a todo lo que los separa, al escuchar estas grabaciones –algunas de las cuales cortan el aliento como ocurre con Monk’s mood, el primero de los temas- se siente un parentesco que tiene que ver con una disposición que Coltrane perdería muy pronto y que Monk acentuaría hasta el chiste final de decidir dejar de tocar: el humor. Por supuesto, un humor que se percibe hoy pero que pasó inadvertido para la audiencia para la cual por entonces la idea de la existencia de la música negra era un tema serio. Tocando algunos temas a la vieja usanza, con mucho arpegio, Monk induce a Coltrane a pensar. Sus enseñanzas livianas, sobre todo la de que hay varios caminos para una misma idea pero que cada camino es una idea distinta contrastan con las de Miles Davis (en cuyo quinteto había tocado Coltrane) para quien había una sola idea posible; esa exigencia que hace a la belleza de ciertos poetas, hay una única manera de nombrar las cosas en la que las cosas son verdaderas. Sólo la liviandad de Monk podía contrarrestar las exigencias de la poesía de Miles. Por otra parte, el trompetista decía que era imposible tocar con Monk porque no se sabía para qué lado saldría disparado.
Por todo esto, aunque es un disco de Monk –es el autor de todos los temas, salvo el standard Sweet and lovely y es suya la dirección general en que fluye la música- puede escucharse también como una etapa fundamental en la formación de las ideas de Coltrane que, como sucede cuando los grandes se juntan por azar o por destino, aparecen cuando los opuestos encuentran su punto perfecto de coincidencia.
Thelonius Monk Quartet with John Coltrane at Carnegie Hall
Blue Note
miércoles, 2 de mayo de 2007
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